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Armando Alcántara Santuario

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Multimillonario negocio de las "fabricas de diplomas"

Campus Milenio Núm 131, pp.8 2005-06-02

Con el incremento en la tendencia a la internacionalización de la enseñanza superior se ha observado con creciente preocupación que los diplomas y certificados falsos están proliferando por todos lados. Pareciera ser que el incontrolable fenómeno de la piratería y el fraude también han penetrado en el antes idílico mundo universitario desde hace ya algunos años. Allen Ezell y John Bear acaban de publicar Degree mills: The billion-dólar industry that has sold over a million fake diplomas (Amherst, New York: Prometheus Books, 2005), algo así como Fábricas de diplomas: La multimillonaria industria que ha vendido más de un millón de diplomas falsos, que documenta este nuevo fenómeno.

De acuerdo con la reseña de la obra mencionada, escrita por Mitiku Adesu en Education Review (http://edrev.edu); 26 de mayo, 2005, los datos son alarmantes: en 1986, uno de cada seis doctorados en educación resultó ser falso. En ese mismo año, un Subcomité sobre Fraude del Congreso de EU documentó medio millón de certificados falsos en ese país. Más aún, una sola de esas “fábricas de diplomas” ha vendido 200 mil certificados falsos a ciudadanos de EU y Canadá desde mediados de los noventa por 400 millones de dólares.

Las agencias acreditadoras crecieron desmesuradamente: de una media docena hasta 400 en el lapso de una década; en el mismo tenor, las cuotas de acreditación cobradas por el Ministerio de Educación de Librería aumentaron de mil a 50 mil dólares. Las cifras anteriores son ilustrativas de que lo que alguna vez fue una irregularidad menor ahora se ha convertido en una industria multimillonaria de carácter global.

Mitiku Adesu señala que la proliferación de diplomas y certificados falsos plantea una amenaza real a los principios centrales que orientan la educación superior.

En primer lugar, perjudica en gran medida la creencia en la integridad, el compromiso con el bien común y la búsqueda de la verdad como ejes fundamentales de la universidad.

En segundo término, la falta de confianza en las instituciones socava, en última instancia, aquello que permite la cohesión social. Es decir, la prevalencia de documentos académicos falsos para tener acceso a mejores oportunidades de formación y puestos de trabajo tiene implicaciones locales, institucionales y globales.

Los autores se preguntan qué es lo que ha cambiado para que este infausto fenómeno esté ocurriendo. La primera respuesta sería la expansión de la tecnología de la información a nivel global. La segunda, consistiría en la posibilidad real que los establecimientos productores de los documentos en cuestión puedan operar en el anonimato. La tercera se relaciona con la demanda creciente y la internacionalización de la educación superior. La cuarta se refiere a la conciencia de que los colegios profesionales y las universidades no son inmunes a la corrupción. La quinta serían los costos cada vez altos de la infraestructura en las instituciones tradicionales frente a la capacidad de generar ganancias, en términos de una mayor eficiencia en costos y tiempo de los servicios basados en los sitios de red (web sites).

A nivel local y de los Estados ha sido casi imposible seguir la pista o controlar a los violadores de los estándares educativos. Si bien los autores del libro consideran que la situación presentada en su trabajo no habrá de ser tolerada por mucho tiempo, su impacto no puede subestimarse en modo alguno.

La falsificación de títulos y diplomas para “engañar a los rivales” es algo que ha ocurrido desde la antigüedad. Sin embargo, recientemente las dificultades económicas, la larga duración de los programas y el endeudamiento que en ciertos países provoca la realización de estudios de doctorado, pueden ser algunas de las causas que han forzado a los individuos a buscar “atajos” y mantener a las “fábricas de diplomas” en funcionamiento.

Asimismo, durante las dos décadas anteriores la educación superior se ha convertido en una empresa menos nacional, menos regulada por los gobiernos, más privada y con fines de lucro, y más internacional. Muchos estudiantes se han vuelto consumidores en busca de mejores ofertas en un mundo de conocimientos caracterizado por prácticas de formación profesional y para el trabajo cada vez más comercializadas.

La internet simplemente refuerza la competencia entre los proveedores que buscan la mayor ganancia. Una pregunta en este sentido sale a colación: ¿serán la pérdida de calidad y los bajos estándares una consecuencia no esperada de los procesos de privatización y descentralización de los sistemas educativos, particularmente en los países menores ingresos económicos?

Conviene señalar al respecto, que un número considerable de las “fábricas” más importantes, si bien cuentan con filiales locales o regionales, tienen sus centros de operaciones en Estados Unidos o en Gran Bretaña. Por ejemplo, en África, Malawi está “ligado” desde Montana/Wyoming y otros como San Kitts y Nevis, a Texas.

La falsificación de diplomas y títulos se está convirtiendo en un asunto preocupante en otras naciones africanas como Kenya, Liberia, Sudáfrica y Nigeria. Un rasgo común de las “fábricas” más importantes es la fuerte conexión que mantienen con las comunidades pobres, donde tratan de captar a una clientela formada por personas conscientes de la importancia de la educación superior, ambiciosas y con poca información.

Los establecimientos mencionados, además, son operados por hombres blancos de edad mediana. Una implicación importante que surge al observar una situación de este tipo es, cómo distinguir lo auténtico de lo falso en sociedades cuyas instituciones son débiles y sus funcionarios susceptibles de ser corrompidos.

El problema de la falsificación de títulos y diplomas en el mundo actual, es difícil de erradicar. Se requiere, entre otras cosas de esfuerzos concertados entre actores diversos y crear conciencia de su existencia en los niveles local e internacional.

Si bien los países “receptores” necesitan establecer mecanismos para asegurar la calidad de la oferta de servicios educativos que llegan del exterior, los países “exportadores” de tales servicios deberán seguir un comportamiento ético y ofrecer programas que realmente cumplan con las expectativas de quienes los adquieren.

La situación aquí presentada es también ya una realidad en nuestro país, pues cualquiera que “navegue” en la internet puede constatar la proliferación de empresas, foráneas en su mayor parte, que prometen la obtención de un título o grado sin mayores complicaciones que la de enviar el pago correspondiente.

Habrá que estar alertas para que estos “proveedores de ilusiones” no perjudiquen, ni a los individuos que buscan a cualquier precio los documentos que los hagan más competitivos en el mercado laboral, ni a las instituciones o empresas que contraten a personas con títulos o diplomas apócrifos.




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