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Manuel Gil Antón

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Te voy a hacer tu autocrítica

Gil-Antón, Manuel. (abril 13, 2013). Te voy a hacer tu autocrítica. El Universal. https://www.eluniversalqueretaro.mx/content/te-voy-hacer-tu-autocritica 2013-04-13

Vaya frase. Disparate que hace reír al pasar por alto, sin parar mientes, en lo que conlleva: si la autocrítica me toca hacerla a mí por definición, no se vale que me suplantes. Es un monumento al autoritarismo. Tienes, o al menos crees tener; te atribuyes y ejerces, altanero y henchido de soberbia, la facultad de tomar el lugar que nomás puedo ocupar yo por estar vivo y ahí. Hablarás, decidirás los temas, exigirás que pida perdón a todos luego de acusarme sin piedad; recriminarme será sencillo: reconocerás errores o dislates en mi nombre pero por tu cuenta y desde el pequeño ladrillo de tu poder. Indemne: es un agravio.

Con algo parecido al estupor por el desfiguro que implica, he visto a algunos notables intelectuales, líderes de opinión, colegas y portavoces de lo que ha de suceder para bien de la república, expresar una frase igualmente absurda, prepotente, dirigida a los maestros mexicanos: “los vamos a profesionalizar: nosotros sabemos cómo”. Al igual que la crítica propia nada más la puede hacer quien revisa sus pasos y dichos, enunciar que desde la distancia que da el saber supuestamente infalible se va a dictar lo necesario para que sean profesionales los y las docentes mexicanas es una honda contradicción en sus términos: la primera condición para que un grupo de expertos sea profesional consiste en que de verdad participen, como actores principales, en la regulación de su carrera específica, propongan las modalidades más adecuadas para ingresar, evaluar, promoverse, desarrollar su trayecto y, en su caso, salir del servicio que prestan. ¿Por qué han de tener la voz? Porque son los que saben, de primera mano, lo que hay que hacer, lo que cuesta y lo que estorba, para conseguir un bien público vital: el aprendizaje de los alumnos a los que atienden.

“Hacerlos” profesionales desde arriba o a partir de una inmerecida superioridad intelectual es, paradójicamente, despojarlos de su condición profesional: son incapaces, se supone, de prefigurar y regular procesos exigentes que conduzcan a lo que importa: mejorar el aprendizaje. La profesionalización es un medio, no un fin. El objetivo es asegurar a cada persona el derecho a contar con estructuras sólidas para comprender lo que lee y expresarlo con claridad. Contar con elementos lógicos en sus argumentos y conocer, para hacer posible su ejercicio cotidiano, las relaciones en que descansan tanto cálculos matemáticos como secuencias coherentes en el pensamiento ordenado y crítico, en un ambiente de respeto, digno en su infraestructura, con oportunidades culturales interesantes; espacio para jugar y meter ya no de contrabando al cuerpo a las aulas (no son sólo cerebro) y a una sana concepción del conocer que valga la pena… Aprender a ejercer, con lo que implica de esfuerzo pero con lo que rinde luego, la disciplina que vaya más, mucho más allá, de su disfraz: el silencio aterrado ante el poder.

Al ser una profesión relacionada con el servicio público del que ha de responder el Estado, como derecho exigible, para dar cumplimiento a la Constitución, otras voces han de intervenir en el diseño de los procesos específicos para hacer posible, y fértil, la carrera magisterial, pero nunca, a mi entender, sin ser ellos el asidero, el ancla, pues son los que la pueden llevar a cabo. No son ignorantes: entre ellos están los más inteligentes para generar espacios de aprendizaje. No son todos, pero están los necesarios, y muchos, para escucharlos, respetar su saber, confiar en su juicio y responsabilidad. El sindicato y la SEP durante décadas se han esforzado por destruir ese talento. No han podido del todo: han dañado mucho pero contamos con reservas de dignidad y decoro abundantes. ¿Ahora resulta que, sin su participación —no la de los corruptos y desobligados que existen en cualquier gremio— les indicaremos cómo ser profesionales? No soy quién para hacer la autocrítica a alguien. Sí cuestiono tal desprecio, y la premura con la que se desplaza a los que deberían dar la palabra principal en el nuevo diseño de los derroteros de una profesión docente, decente y digna, al servicio de la educación relevante en las escuelas del país. Ha faltado una voz: la más importante. Escuchemos.




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