Manuel Gil Antón

Cuando hay resultados de un examen, o un conflicto, el sector educativo es noticia. Lo ocurrido en varias Escuelas Normales Rurales en Michoacán no es menor y hay que atenderlo, pero también entenderlo. Derivar de estos graves hechos un juicio general sobre las Normales en el país es una tentación que proviene de la ignorancia. Pregunté a colegas que de esto saben. Son generosos. Se abrió el panorama, es cierto, y al mismo tiempo distinciones. Hay 484 Normales; seis bajo el control federal, 272 estatales y 206 particulares. A lo más, son 20 las Escuelas Normales Rurales (modalidad a la que pertenecen las michoacanas) y no en todas ellas hay el nivel de conflictividad que hemos presenciado. El conjunto de estudiantes en las diversas modalidades de escuelas que forman docentes es de casi 134 mil alumnos. No son pocos. De esas magnitudes, diversidad y transformaciones hay que hacerse cargo cuando se habla de ellas. Como en cualquier nivel educativo, existen planteles de gran calidad; escuelas que cumplen con su cometido bien y otras que son deficientes.

En ese pequeño grupo de las Normales Rurales, por encima de temas educativos o técnicos, se ha impuesto en general una lógica política y social, una forma de corporativismo cobijado en la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas, junto con la defensa de “prestaciones” que para grupos autoritarios, sí, pero también vulnerables, son valiosas: comida, dormitorios, acceso a cierto número de plazas, esperanza de movilidad social. No justifica sus actos. Urge atender esos casos a fondo, y no esperar a que estallen conflictos. Hasta ahora, la omisión por parte de las autoridades ha sido la regla.

Es preciso recordar que la educación normal quedó desubicada cuando por la reciente reorganización orgánica de la SEP por niveles educativos la dirección correspondiente pasó de la Subsecretaría de Educación Básica a la de Educación Superior (dado que otorga el nivel de licenciatura). Con miopía, se cortó el lazo de las escuelas del magisterio con la entidad reguladora de sus labores, y pasaron a ser en cierto modo parias entre los verdaderos “superiores”: los licenciados y doctores. No se valoran y se desprecia (al menos descuida) a sus profesores y estudiantes. A veces, es vil clasismo. Vaya un dato: en el balance que hace la subsecretaría del sexenio, de 52 páginas, dos están dedicadas a este sector. Una es el título de la sección.

Hay en proceso una reforma en las Normales, ¿serán socios en el esfuerzo de modificar y mejorar sus condiciones de estudio los propios profesores de estas escuelas? Ojalá. ¿Prevalecerá el trato a la vez ignorante, pero impositivo y altanero de la SEP, frente a una de las más importantes zonas educativas en el país, a saber, la que forma a los profesores de la escuela básica, patrimonio de todos los mexicanos? Más nos vale que no.