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Manuel Gil Antón

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Taxista y funcionario: la distancia entre ellos

Gil-Antón, Manuel. (agosto 04, 2012). Taxista y funcionario: la distancia entre ellos. El Universal. Recuperado de: elprofegil.wordpress. https://elprofegil.wordpress.com/articulosperiodicos/ 2012-08-04

Mire usted. Cuando me liquidaron, alcancé a comprar el taxi. Hay que sacar adelante a los hijos. La tercera, Lucía, es aplicada. Salió con hartos dieces en Bachilleres Aeropuerto, y ya lleva dos años haciendo examen en la UNAM y la UAM. Cuatro veces. ¡No viera cómo está de triste ahora! Para eso me mato 14 horas aquí. Los dos mayores me ayudan- no salieron buenos para estudiar, les gustó el dinero y ni entraron a la prepa- pero queremos que Lucía sí sea doctora. ¿Se imagina? La doctora Lucía Herrerías. Eso es lo único que podemos heredar… ni modo que este Tsuru ande todavía cuando me muera. Le pagamos la escuela Guillot dos veces. Este año cuatro horas diarias. Costó 12 mil pesos. Decían que estaba garantizado que entrara pero, ya ve, no es cierto. Me cai que no para de estudiar. Y ha reprobado las cuatro veces. Le dijo un señor de la SEP que estudiara otra cosa, pero ¿usted cree que luego de tanto sacrificio nos vamos a conformar con una cosa técnica donde sí hay lugar? No acabalo en una particular. Pregunté en La Salle y tendríamos que no comer para pagar la colegiatura. Lo que me parte el alma, señor, es su mirada. No lo entiendo: si es estudiosa, ¿por qué truenan como ejote? Yo ya no le veo ganas de entrarle de nuevo. Ni modo, es la suerte de uno aunque se esfuerce. ¿Es aquí a la izquierda? Que le vaya bien. Arrancó tosiéndole el motor.

Vamos a ver, Manuel. El país ya no requiere médicos ni abogados o contadores. Lo que necesitamos son técnicos medios que se vayan a la industria. Y hasta carpinteros. ¿No ves cuánto cobran por librero? No todos pueden ser universitarios. Los del sector de salud nos lo dicen: no hay clínicas u hospitales donde hagan sus residencias ni despachos para huizacheros o “IBM a traer las tortas”. Ya basta del país de licenciados: si en Estados Unidos hay tres técnicos por cada ingeniero, y son una potencia, cuando nosotros tengamos la misma relación seremos igualitos. Es claro. Son datos duros. La subsecretaría ya tomó la decisión. ¿Y sabes qué? Si se entercan en ser licenciados o arquitectos, que le busquen dónde. Que les cueste por necios. No entran a las buenas porque no estudiaron. Ya deja, por favor, de andar buscándole mangas al chaleco. A fin de cuentas, ¿quién te lee? Acuérdate: a periodicazos nomás se mueren las moscas, y no todas. Un segundo de televisión mata a todos tus artículos juntos, tus obras completas.

¿Desde dónde hablan el taxista y el funcionario imaginarios que han tomado el espacio en la columna de hoy? Uno, con base en la expectativa y la imagen en la que el esfuerzo arduo vale la pena cuando una hija entra a la universidad y sale con la bata blanca de sus anhelos. No es un analista: ahí cifra su herencia, el sentido de su trabajo hasta los domingos. Es lo que les puede heredar. No hay más.

El otro, trajeado, con la licenciatura obtenida, o mucho más, está encaramado en la omnipotencia que da el ladrillo del poder y su insólita torpeza. Pontifica y ha decidido lo que requiere el país: no más de los que son como él. Se abarata la calidad. Escucha a los médicos y a los abogados: está saturado el mercado. ¿Saturado? Con un intento de cobertura universal en salud, ¿sobran médicos? Con decenas de miles de presos sin sentencia, ¿no hacen falta abogados? Creo que sí, formados de otro modo. Los gremios, para no perder las ganancias de sus élites, cabildean, aconsejan; hasta parece que les interesan los estudiantes cuando, la verdad, están cuidando, y muchos. ¿No hay empleo?

El factor cultural, la imagen con que llegan los primeros de sus casas, o del pueblo, a las puertas de la universidad no puede ser despreciado. A los gerentes lo que les importa es que no haya ruido y se acomoden: para todos hay lugar. Caben, si obedecen, en el jarrito organizado en y desde el escritorio, a partir de la más grande de las ignorancias: parida por la soberbia de creer saberlo todo. En esas manos hemos estado. Con miradas y opiniones propias de sobremesa en casa rica, o noticiero baldío, no iremos lejos.

Les llaman ignorantes. ¿A quiénes? ¿Al chofer? No: se miran al espejo.




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