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Manuel Gil Antón

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La cruz no pesa…

Gil-Antón, Manuel. (julio 07, 2012). La cruz no pesa…. El Universal. Recuperado de: elprofegil.wordpress. https://elprofegil.wordpress.com/articulosperiodicos/ 2012-07-07

Lo que cala son los filos. El resultado de una elección democrática es incierto, diverso y, muchas veces, contrario a lo que miles, o millones, consideran lo mejor. Eso no pesa, pues son consecuencias de las reglas. Los filos —quebrantar las normas— sí calan y, entre otros daños, han herido a buena parte de la nueva generación de votantes: 12 millones en el padrón por primera vez, y 20 si contamos a los que no habían participado en una presidencial.

Hay acuerdo (creo) en dos cosas: las condiciones de la competencia fueron muy desiguales, y los delitos electorales abundaron. Inequidad y delincuencia. Para los jóvenes que no sólo usan la credencial del IFE como pasaporte a los antros, ¿cuál es la visión resultante, el efecto educativo del proceso electoral? Pésimo. El filo que más lastima es el sustrato de impunidad que priva antes y durante la campaña. El fraude directo en las mesas de votación fue, en su caso, menor y aislado. No así el apoyo descarado y prolongado de la televisión a EPN, con o sin pago inmediato: hay otras formas de cobrar. Esto es inocultable. El lío es calcular el peso que tuvo, sin duda, en orientar las decisiones de miles de votantes. Es un delito, y queda impune por falta de pruebas. No dejan huella, al menos documentada en un contrato.

Por la importancia de la influencia de la tele, se rompe el principio de competencia equilibrada, y si añadimos el empleo propagandístico de encuestas mal hechas (evidente y penoso para la mayoría de las empresas dedicadas a estos estudios) o quizá sesgadas adrede (habría que probarlo), la cancha estuvo muy dispareja. El “partido legal” —tres meses— inició con dos goles de ventaja para el PRI, y el campo cuesta arriba para su(s) rival(es). Rebasar los topes de campaña, regalar bienes a cambio de la promesa del voto (no siempre cumplida) o mentir de forma descarada no tiene, según la ley actual, consecuencias en el proceso, sino después. ¿Ya para qué?, si además la multa la pagan —como el Pemexgate o los Amigos de Fox en 2000— con el dinero que reciben de nosotros. Todos los partidos incurrieron en delitos, a sabiendas de la falta de castigo inmediato: otra cosa sería si, al aportarse pruebas fehacientes de las tropelías, el candidato quedara eliminado. Sería muy costoso. Hoy es barato: delinquir es una ganga. En este punto, todos los partidos son culpables, aunque el grado en que lo hizo el PRI sea mucho mayor. Por eso, las protestas crujen: “tú gastaste más que yo e incumpliste más que mi partido”.

Hubo delitos variables en montos, y distintos grados de indecencia, pero impunidad al fin: el filo es común. La trampa y el desaseo son nítidos. Hay transparencia, pero la rendición de cuentas, si ocurre, no afecta la posibilidad de competir y ganar. Cinismo empleando resquicios de la ley que los partidos hicieron. Por ello los nuevos electores aprendieron, y eso es netamente educativo, que la impunidad y corrupción, como cimiento de las relaciones sociales en el país, operan en las elecciones. Serán votantes en el futuro y padres de la nueva generación que renovará la lista nominal: ¿Qué dirán a sus hijos? ¿Serán demócratas o escépticos? Ése es un problema serio. Su coraje, estupor o decepción, raíz de apatía futura, se deben a la impunidad que sustenta al que venció sin convencer. Ese filo cala, magulla, destroza a la educación cívica: no hay libro de texto ni clase que refute, o remiende, lo vivido. ¡Qué vergüenza!




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