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Manuel Gil Antón

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Un profesor en el Hospital

Gil-Antón, Manuel. (enero 02, 2011). Un profesor en el Hospital. La silla rota. Recuperado de: elprofegil.wordpress. https://elprofegil.wordpress.com/articulosperiodicos/ 2011-01-02

Se estaba acabando el año. ¿O ya iniciaba el que vivimos? No lo recuerdo de fijo ni es importante tal precisión. Las veredas viejas de la amistad conducen a este escribidor al hospital, en procura de estar, ahora en las malas, con un carnal. Así, como bien se dice entre nosotros.

Aunque en vacaciones, por deformación profesional o simple hábito, una fracción de mi mirada sigue siendo la del señor de la tiza y el borrador de diario. Visito a un compañero de oficio. Amigo de años, al que veo subir, a veces, tan despacio la escalera hacia el salón porque se le quebró un poco la espalda. Sé que le duele fuerte, que el dolor lo ha atenazado. Las paradojas de siempre: días de fiesta, descanso. Obligatorio mensaje de ser feliz comprando a 500 pesos lo que al día siguiente valdrá la mitad.

Allá afuera, fiesta, burbujas, tráfico… En el cuarto piso, el sordo sonido del dolor. Las gotas fluyen en los dispensadores de suero y analgésicos. El rasgo del relámpago que rasga y cala viajando por los nervios marca su cara, pero lo cubre, al menos intenta, con una sonrisa que no finge, sólo ansía consuelo para los dos: él, que me ve, yo que lo miro.

Hablamos. De los lugares comunes a los reportes médicos; del clásico te ves mejor al no menos frecuente ahí la llevamos. El dolor marca sus movimientos, pese al esfuerzo por evitarlo; en contraparte, intento no mostrar la pena por no sentir en mis huesos lo que le ocurre, su mal estar, pues el dolor es de cada uno, intransferible. La unión que intentamos y el abismo que nos separa modulan nuestras palabras. Cada quien frente al otro. Uno, tendido del lado malo de la línea del estar bien; el otro al costado de la raya de la inconsciencia a la que llamamos salud. Dos fragilidades en distinto momento. Nada más.

Hablamos. Vimos un rato del futbol. Comentamos como la UAM es tan joven y tan anciana al mismo tiempo: no cumple ni cuarenta años y ya reacciona, ante el cambio, como corporación medieval de rancio abolengo que la abolla para ser la que podría ser. Ni modo…Y en nombre de la izquierda. Son nuestros temas.

Llegan las enfermeras y aprovecho para darle un abrazo, suave para no herirlo más. Nos vemos pronto. Gracias. Buen año digo, o al menos, pienso, menos malo para ti, mi amigo.

Al salir, el corredor es una rebatinga de sentimientos. Alegres, los que tienen al pariente por salir o a la nueva niña; amarrados en la tristeza los que saben que de ahí ya no saldrá más que una cuenta por pagar camino a otro negocio, todavía más fúnebre.

Dice bien Miguel Hernández que llegamos con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida. Y es cosa de seguir leyendo, o viviendo, para que sepamos con él que hay ratos, y no pocos, en que nos toca estar umbríos por la pena, casi brunos… sólo hay dolor para el que vive. Viene junto con pegado

¿Y habrá alguna clase, algún momento en que en la escuela, desde párvulos hasta el posgrado, se tenga contemplado destinar un par de horas a conversar sobre el dolor, a compartir cómo agrieta a los nuestros? No digo los que estudian para doctores o enfermeras, que algo sabrán, supongo, sino los niños de primaria, los que les siguen en grados hasta llegar al más alto.

Una vez soñé, luego escribí, que veía al llegar al amanecer a los estudiantes a la universidad y dejar, cual gabardinas, colgados de percheros en la barda sus cuerpos y en la bolsa el corazón. Entraban puros cerebros. Se ubicaban en las bancas. Sin los cuerpos como parte de la educación, queda fuera el placer, el movimiento, el dolor, la certeza de la muerte, el fugaz recuerdo de andar andando.

¿Deberá ser ajena la escuela a ciertos temas, como el dolor y la dificultad de la compasión? ¿Sólo importa leer rapidito? ¿Mejorar un irrelevante promedio de resultados de PISA? Entre años, en la bisagra del 10 al 11 de los ciclos anuales que empiezan y empezarán con 20, esta pregunta me alcanzó de improviso. Educar es una cosa mucho más ancha que capacitar. No lo estamos haciendo, persuadidos de la moda de los exámenes y ni ahí, en esa pobre dimensión.

Sé que escribir sobre educación es lo que me toca. He dado un rodeo y solicito disculpas, pero no hubo remedio: el amigo al que fui a ver al hospital se llama Manuel, se apellida como yo y escribe este texto al ladito de la bandeja con una gelatina que si no se engulle en tres segundos, se hace agua… como la vida. Pocas veces uno se va de visita a sí mismo y se conduele. Me ha tocado en estos días. Cala, claro; pero importa.




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