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Humberto Muñoz García

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Nudos en la academia

Muñoz-García, H. (agosto 25, 2022). Nudos en la academia. Suplemento Campus Milenio. Núm. 961. 2022-08-25

1. En medio de severas críticas a la política educativa, a la de salud, a la de seguridad, y a la de ciencia, el sistema nacional de educación superior sigue moviéndose y su movimiento hace percibir que no hay control de la dirección que sigue. Intervienen en el descontrol la incertidumbre, la carestía, la austeridad y la inseguridad, que junto con la pandemia, han tenido efectos notables sobre el devenir de la sociedad, las instituciones académicas públicas y quienes las habitan.

La individualización, uno de tales efectos, se ligó al encierro durante la pandemia. Hoy deja ver la división de los estudiantes entre los que tienen conexión de internet en casa, y son favorables a la enseñanza remota, y los que no tienen conectividad. Además, entre algunos sectores de estudiantes universitarios hay cierta decepción, porque el mercado laboral no genera puestos suficientes para profesionistas, y los que existen retribuyen con bajos ingresos. En un reporte reciente del Observatorio Laboral (STPS), las 10 carreras universitarias mejor pagadas en el país van de 14 mil a 21 mil pesos mensuales. Y el dato es importante porque ilustra el desajuste entre la educación universitaria y el mercado laboral, que poco motiva a estudiar.

No todos los estudiantes entran a la universidad con la idea de que al egresar van a conseguir un buen empleo para participar plenamente en la sociedad del consumo. Hay, también, quienes ingresan a la universidad para formarse y ser personas cultas. Aunque, igualmente, sospechen que tendrán dificultades para conseguir trabajo y una buena retribución.

La incertidumbre y el malestar en las universidades incluye a los académicos. Hay deterioro y corrosión del trabajo, que se aprecian por las condiciones que tienen los profesores para dar su clase, que incluyen el mal pago por horas de docencia frente a grupo. Lo cual tiene que revisar el gobierno, que es el que aporta el presupuesto de donde se deriva el sueldo de los profesores. En estas circunstancias, profesores precarizados ni infunden autoridad intelectual o moral, ni se estimulan a preparar clases, actualizarse, atender a los alumnos fuera del aula, etc. etc. Seguirán recitando lo que está en los libros.

Los académicos de tiempo completo también tienen molestias. Su ingreso está dividido: un tercio proviene de su sueldo y el resto es variable y sujeto a competencia con sus colegas: están becarizados y exigidos. Y las exigencias pueden aumentar y las becas pueden desaparecer.

Esta sucinta exposición apenas esboza una parte del nudo problemático por el que atraviesan las instituciones públicas de educación superior. Hay otros problemas, igualmente graves y desatendidos.

2. Hace años (2004) se organizó un libro en el Seminario de Educación Superior (UNAM) titulado La Academia en Jaque (Ordorika, coord.). Suárez y yo colaboramos con un capítulo sobre la ruptura de la institucionalidad universitaria. El discurso político de la alternancia insistía en el cambio, y las universidades públicas no podían quedar fuera de la matriz del mercado fundada en la competencia. Las universidades públicas deberían convertirse en un espacio capaz de ser orientado para afinarlas a las tendencias globalizadoras.

La pérdida de institucionalidad comenzó con la crisis de la deuda externa. En esos tiempos, se empujó a los investigadores a conseguir complementos a su ingreso, que fueron otorgados mediante becas ubicadas externamente a las universidades (Conacyt). Quienes ganaron tales becas comenzaron a desarrollar sus proyectos siguiendo reglas de producción diferentes a las de sus instituciones de adscripción, para mantener su beca. En la academia la investigación adquirió más relevancia que la docencia.

Comenzó a cristalizar, desde mi personal punto de vista, una transformación orientada hacia los intereses del mercado, que fue modificando el académico por medio de un sistema de evaluación basado en el desempeño laboral. Publicar o perecer. La evaluación dejó de tener en cuenta las contribuciones al conocimiento y se enfocó en la cantidad. Dejó de lado la contribución al conocimiento, y el conjunto de la obra, para centrarse en el puntaje que arrojan los indicadores. Y, como una buena parte de los académicos no alcanzo beca en el SNI, se crearon los programas institucionales de estímulos al desempeño, que animaron la competencia adaptada a la estructura de la producción universitaria de conocimiento. Hoy, además del ingreso, se gana prestigio por el nivel que se tiene como investigador.

El predominio del ethos de mercado se acompañó por la tiranía del mérito. El concurso de méritos para llegar a la cúspide, dio ganadores y perdedores habitando en las universidades. Los académicos ganadores examinan al resto de los competidores por un lugar en la jerarquía establecida de prestigio y dinero. Quienes evalúan ganaron poder en la academia, y en muchos casos, han sido los verdugos de sus propios colegas. Se acabo la solidaridad. Hizo presencia la arrogancia y la soberbia.

La política educativa y la ideología de la competencia han dejado un nudo problemático que requiere atención con miras a fortalecer las instituciones y quitarle el jaque a la academia, lo que supone construir otro régimen de subjetivación y de evaluación.




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